martes, 14 de julio de 2009

Trajes para un pueblo muerto

¿Qué pensaría una persona inteligente si dentro de unos años leyera los periódicos que se publican estos meses en España, o escuchara o viera sus medios de comunicación? Políticos, periodistas, lectores subsumidos en un absurdo tan monstruoso que le llevaría a considerar que aquella civilización se estaba suicidando víctima de la estulticia, la miseria de un tiempo histórico dominado, aniquilado por el enloquecimiento absoluto. Todo giraba en torno a un personaje grotesco al que decían haber regalado unos trajes. Un país sumido en una crisis económica galopante que al tiempo hacía público como los grandes responsables de ella, los explotadores brutales del capitalismo salvaje obtenían beneficios incalculables, consejeros, empresarios, banqueros, que se recompensaban con cientos de millones de euros por destruir el ecosistema, provocar la ruina o el empobrecimiento de millones de ciudadanos. Un país en el que cientos de trabajadores morían en accicentes laborales victímas de las nefasta condiciones en que realizaban su labor, en el que decenas de millares de mujeres eran explotadas sexualmente por organizaciones criminales en las que de vez en vez aparecían culpabilizados jueces, policías, funcionarios públicos de toda índole corruptos y corruptores. Un país de dirigentes de partidos sin fines ni ética distinta a la de conservar su privilegiada situación, de eclesiásticos miserables que intentaban imponer el uso y abuso de sus leyes retrógradas y que ocultaban su falacia moral y sus propios intereses económicos en el simulacro de su práctica religiosa. Y sobre el encausado, que de seguro él y los suyos tenían problemas infinitamente mayores para ser investigados pofr el uso y abuso de su cargo y poder, se volcaba, como acusación estrambótica, el hecho de haber sido obsequiado con unos trajes. Los trajes, los trajes, parecía el eco de una comedia grotesca que solo si hubiera sido capaz de despertar de la nada un Valle-Inclán de nuestros días, podría obtener una respuesta inteligente. Payasos parecían los periodistas con sus micrófonos, matones sarcásticos, despreciables, tan cínicos como prepotentes los personajes y personajillos interpelados. Y el silencio de los corderos mostraba el grado de parálisis a que había llegado la embrutecida masa.

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Apostilla a mis reflexiones sobre los jueces.

Con Job, podemos decir:
"Cuando de pronto el látigo mata se ríe de la desesperación de los inocentes. La tierra está en las manos del impío. El mantiene cerrados los ojos de los jueces.

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