jueves, 3 de abril de 2014

Número 70

LA CRISIS QUE NUNCA EXISTIÓ

El lenguaje de Goebbels para engañar a los pueblos

Fueron los banqueros quienes inventaron la historia -necesidad sería más correcto decir- de la crisis, palabra salvadora para ellos y sus Consejos de Administración -donde están presentes representantes de los principales partidos políticos, no lo olvidemos- y palabra condenatoria para quienes iban a ser sus víctimas. Al poner en práctica su proyecto económico, político y social, estamos en crisis, obligaron a los gobiernos neoliberales -que dependen de las oligarquías que los imponen y corrompen, a ellos y al sistema democrático y su manipulación electoral- a dictar leyes para obligar a que se los "saneara" -decían- impedir su quiebra -es decir reponer sus recursos dilapidadores y que pudieran regresar a sus cuantiosos beneficios y reparto de dinero entre la casta política y económica que los conforman. De paso, empresarios y oligarcas fueron compensados con leyes y reglamentos que venían demandando, más rígidas que las vigentes, que pusieran freno a las conquistas sociales que a lo largo de las últimas décadas habían ido consiguiendo trabajadores y clases medias con sus luchas y reivindicaciones. Se aliaba así el terrorismo bancario y financiero con sus títeres políticos para imponer la reducción de salarios de quienes constituyen más del 80% de la población, incrementar sus horarios laborales, favorecer los despidos con menores indemnizaciones, eliminando derechos y contratos que los  hasta reducirlos a su antojo  -hoy cierro aquí la fábrica o empresa y la traslado a lugares donde aumente mis ganancias con explotaciones más inicuas y sin cortapisas legislativas, flexibilizo las plantillas en costes reduciéndolas, impongo contratos coyunturales con menos de 600 euros mensuales y con autorización para terminarlos cuando nos de la gana, incluso utilizo trabajadores emigrantes no sujetos a legislación alguna, sumergidos los llaman, etc. Y en cuanto al Estado, para "salvar" bancos, autopistas que no funcionan, aeródromos que no existen, empresas fraudulentas y en quiebra, cajas de ahorro, constructoras del gran negocio de la construcción, promulgación de leyes sobre ocupación del territorio en playas o lugares rústicos no urbanizables a los que ahora se da legalidad, etc. se reducen los gastos sociales en capítulos como educación, sanidad, cultura, se privatizan muchos servicios, se suspenden pagas extraordinarias, asistencias de servicios sociales, se congelan todo tipo de salarios, prestaciones de jubilación -ya se sabe que esto no afecta a los banqueros, consejeros, grandes empresarios, aparatos de partidos, directivos de medios de comunicación, etc.-
Es decir, todo un programa económico amparado bajo la palabra crisis para reconducir el capitalismo a una explotación más salvaje y que aumente los beneficios de los empresarios y los oligarcas, y paralelamente, subida de impuestos para la población trabajadora y flexibilidad para los defraudadores, condonación de la deuda de los que evaden capitales y engañan al fisco con la no tributación de sus impuestos, no entrar en los miles de millones que campan al margen de las leyes españolas en lo que llaman "paraísos fiscales".
Y para apuntalar estas medidas de la crisis decretada por quienes dijeron "basta" a esa farsa del estado del bienestar, regresemos al más viejo y salvaje capitalismo para el que tendremos que arbitrar además nuevas leyes punitivas y contra derechos como los de expresión, manifestación y otros similares, un día si y otro también impondremos -son nuestros seguros servidores- a lo que se denomina -seguimos en el lenguaje que deforma realidad y machaca las conciencias para terminar haciendo de la mentira verdad- medios de comunicación, ¿cuándo se los denominará para una más justa definición, medios de alienación?, que machaquen con la palabra crisis todas sus informaciones y opiniones, añadiendo otras "perlas" lingüísticas tan siniestras como los rostros de los personajes que las emiten: la gran vomitona podría titularse esta película que protagonizan entre otros Montoro, Cospedal, Guindos, Sáenz de Santamaría, Werth, Báñez -estos protagonistas principales, los secundarios se limitan a reproducir sus vómitos, en cuanto a Rajoy es como la gallina clueca que los acoge bajo su silencio-,  perlas semejantes a "necesidad de sacrificios", "por el bien de todos los españoles", "con la que está cayendo", "apretarse el cinturón", "así saldremos todos adelante", frases que conformarían un diccionario del terrorismo léxico que acompaña al terrorismo eclesiástico para conformar el catecismo político opresor y deformante de la eterna educación española. Es el fascismo informativo que a veces se impone con conceptos  y símbolos como el de banderas, patrias, independencias (¿de qué, para qué, acaso de la oligarquía económica europea, del imperialismo norteamericano?).
Y la parte de la población civil que intenta rebelarse contra este atroz engaño, esta farsa  programada para explotar y esclavizar más a los ciudadanos, y organiza marchas como las del 22 de marzo  a Madrid, no tarda en encontrar la respuesta a sus "pacíficas" protestas no ya solo en los sicarios policiales sino en los dueños de los medios de expresión, en radios, televisiones, periódicos, con la ayuda de tertulianos, opinantes, que salvo excepciones, se encuentran muy satisfechos de jugar el papel de criados asalariados de los grandes señores que les pagan hoy aunque les desprecien mañana, que les dan una palmada en su jorobada espalda -en ella cargan el peso de la colaboración siempre con los fascismos y negreros de la historia- por dedicar su lenguaje casposo a agredir a ese puñado de manifestantes que atacaron a "los pobres policías". Es el preludio de la mordaza. Lo que puede ocurrir -siempre ha ocurrido cuando el poder lo necesita- por no callar y aceptar las reglas del juego que se os han impuesto: más violencia y castigos,   y los medios del poder no son los de la desvalida oposición abandonada incluso por los partidos tradicionales que se encuentran muy bien en el juego de tronos. Esos medios de comunicación son los mismos que llevan días, semanas, meses saludando y santificando a los estudiantes, manifestantes -qué insidia que algunos recuerden a los nazis y dictadores que se mezclan e incluso aparecen dirigiendo algunas de esas manifestaciones- que con auténtica violencia,  muertos, muertos, toma de Parlamentos, de televisiones, destrozos de innumerables edificios, sacuden las calles de Ucrania, Venezuela, Egipto o...
Y no damos los nombres de los banqueros, oligarcas, políticos, eclesiásticos o nobles o aristócratas, ese puñado de ilustres ciudadanos -a los que nadie llamará violentos, y menos terroristas, que al contrario, todos saludan y ríen sus gracias y acuden a escucharles -incluso muchos de los que se llaman intelectuales y como vacuos pavos reales gustan de ponerse en la foto al lado de ellos- que vemos en las galas culturales, fiestas y conmemoraciones de toda índole, vacaciones o residencias lujosas, desfiles de modas, gentuza pulcra y bien vestida y comida que nunca visitará los lugares de la inmundicia, es decir, del hambre, la enfermedad, la falta de escuelas, atenciones sanitarias, viviendas -ah, estos de Cáritas que osan dar datos y cifras a los risueños o ceñudos ministros -la historia del gordo y el flaco, el poli bueno y el poli malo, la Virgen de los pobres -en este caso es del partido de los trabajadores (escúchese a Cospedal) o el mafioso buscador de tahúres para sus dominios, copa los films de nuestros altos cargos- lugares que parecen situarse, aunque afecten a casi un tercio de la población española según esos datos, en un país imaginario que nada tiene que ver con España, y que por eso ellos desconocen y no les interesa visitar. Son, si acaso, sus víctimas colaterales.
Resultado: para mantener la crisis y el estado de derecho, cada día se buscará imponer más multas, golpear con mayor saña y medios más modernos, acotar las protestas de todos esos revoltosos no alienados por sus bien controlados medios de la cultura del ocio, hasta conseguir que acepten la sumisión, la esperanza en la vida eterna, y se conviertan en fieles y silenciosos ciudadanos que acatan las leyes y se muestran sumisos y educados con sus guardianes.
También uno esperaría el otro 22 m de los que se dicen intelectuales -no hablamos del puñado de ellos que hacen lo que pueden, en la calle o allí donde escriben o crean opinión crítica con los escasos medios que les dejan en la cada vez más débil cuota de la libertad de expresión que regula el desorden de los monopolios de la censura- en el que como un gran coro denunciara este lenguaje fascista, este estado político, económico, cultural y social que persigue la nueva esclavitud del siglo técnico y científico en el que la civilización humana cada vez se va extinguiendo más, como diría Thomas Bernhard, esa sonrisa crítica a la que escupen cuantos ignoran, los descendientes de los simios que se ocupan de la cosa pública, eso si, encorbatados, bien vestidos, melifluos y de palabra casposa y torticera. Vedlos en cualquier momento en el Parlamento, en la televisión. Y si con gestos o con vuestro silencio no los denunciáis, al menos os reís de ellos, sabed que en el fondo, formáis parte de ellos.

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